Días 16, 17 y 18: la vuelta a casa

turismo y viajes a indonesia


Hoy es nuestro último día en Indonesia. Estamos en Kuta, Bali, pero a mediodía sale nuestro vuelo hacia Yakarta, donde mañana cogeremos un vuelo para volver a Barcelona definitivamente. Como estamos relativamente cerca del aeropuerto de Denpasar y nos hemos despertado temprano, decidimos disfrutar un ratito de la piscina del hotel antes de hacer el check-out. Y eso hacemos.
 
Hacia las diez y media, sin embargo, ya estamos preparados en la recepción del hotel esperando a nuestro taxi. El viaje al aeropuerto, a pesar del tráfico, es corto y, una vez allí, todo transcurre con normalidad. Y así, sin tiempo para deprimirnos, nos despedimos de Bali y embarcamos.
 
El viaje es muy parecido al que hicimos hace quince días, cuando cogimos nuestro primer vuelo interno en Indonesia. Nos pasamos el corto trayecto mirando por la ventana, disfrutando de los volcanes que se asoman entre las nubes.
 
Yakarta nos recibe con el mismo olor que el primer día y con más calor, si cabe. Tras pasar por los controles pertinentes, nos dirigimos a la zona de llegadas donde tiene que recogernos una furgoneta de nuestro hotel de manera gratuita. Se llama Puspamaya Airport Hotel (ahora ha cambiado de nombre, al parecer) y sabemos que el logo tiene algo de naranja o rojo, así que empezamos a dar vueltas en busca de la furgoneta. Pero pasan los minutos y allí no hay nadie del hotel. Esto empieza a recordarme al día en que llegamos a Yogyakarta, cuando también estuvimos tirados en el aeropuerto un buen rato pensando que se habían olvidado de nosotros. Tras 20 minutos de espera, Vicent llama al hotel y, según ellos, la furgoneta ya se ha ido, pero enseguida vuelve a por nosotros. Al final, acabamos esperando más de una hora. Pero bueno, teniendo en cuenta que no tenemos otro plan más que estar en el hotel, no es el fin del mundo.
 
Por fin llegamos al hotel. Está muy bien, y lo más importante es que está a poco más de diez minutos del aeropuerto (y el transporte mañana también es gratis). Sin embargo, eso también significa que estamos lejos del centro; aunque al principio nos planteamos coger un taxi para ir a pasar la tarde allí, cuando vemos la piscina del hotel (muy chula) cambiamos de opinión y decidimos pasarnos allí las últimas horas antes de nuestro largo viaje hasta Barcelona. Así pues, descargamos las maletas, comemos en el restaurante del hotel, que no está nada mal, y nos pasamos el resto del día en la piscina. Por la noche, volvemos a cenar en el hotel, donde pagamos poco más de siete euros entre los dos. Para despedirme, vuelvo a pedirme mi plato favorito, Bakmi Goreng. Los mosquitos indonesios también deciden despedirse de mí dejándome cuatro o cinco marcas más en las piernas.
 
Al día siguiente nos levantamos descansados, pero algo nerviosos. Nos espera un largo viaje a casa: más de 24 horas con dos escalas de por medio. Sin embargo, y como ya hicimos ayer, volvemos a pasarnos la mañana en la piscina, ya que nuestro vuelo no sale hasta dentro de varias horas.
 
Hacia la una menos diez, bajamos a la recepción del hotel, donde ya hay un par de turistas más esperando. Supongo que iremos todos juntos en la misma furgoneta. Al final acabamos siendo seis los viajeros que vamos al aeropuerto. El trayecto, como ayer, es muy corto, así que en quince minutos ya estamos haciendo cola en el mostrador para hacer el check-in. Esta vez no envolvemos las mochilas en plástico como hicimos en el viaje de ida. Al fin y al cabo, si nos metieran droga en las maletas, al menos iríamos a una cárcel española (¡ja ja!).
 
Y ahora sí que sí, ha llegado el final de nuestro viaje. Al embarcar, volvemos a tocar con cariño el fuselaje de nuestro avión de Etihad Airways donde pasaremos unas cuantas horas. Esta vez nos toca sentarnos al lado de una gran familia árabe que se pasa los minutos antes de despegar decidiendo cómo se reparten los asientos. Una vez todo está tranquilo a nuestro alrededor, llega mi momento favorito del vuelo: ver qué películas hay en el menú.
 
Tras ocho horas y media de vuelo, y en lo que para nosotros es plena madrugada (aunque allí no son ni las once de la noche), llegamos a Abu Dhabi, donde tenemos una escala de casi cuatro horas. Yo tengo un mal cuerpo horrible. No sé si es hambre o sueño. Me doy una vuelta por las tiendas, donde, por cierto, todo es carísimo, y acabo comprándome un cruasán y un vaso de fruta pelada y cortada. Ninguna de las dos cosas me acaba sentando demasiado bien, y me paso el resto de la escala adormilada en un sofá. Cuando anuncian nuestro vuelo, no sé ni dónde estoy ni qué hora es, pero mi cuerpo se reactiva extrañamente y, al subir al siguiente avión, me siento diez años más joven. Además, nos tocan los primeros asientos de nuestra zona del avión, así que tenemos mucho espacio para estirar las piernas. Tanto Vicent como yo decidimos ver la película Inside Out y luego, mientras él duerme, me pongo un documental de los Backstreet Boys que me da la vida. Sentado a nuestro lado hay un matrimonio andaluz muy majo; con ellos nos pasamos el última rato del vuelo hablando.
 
Y así llegamos a Europa. Son las seis de la mañana, hora local. En mi cuerpo, no sé qué hora debe ser. Mi primera vez en Roma dura lo que dura nuestra escala, que es poco. Y el vuelo de dos horas que nos queda hasta llegar a Barcelona se me pasa en un suspiro, ya que me duermo nada más llegar a mi asiento. Lo único que recuerdo del viaje es que el avión iba muy vacío; por lo demás, absolutamente nada. Ni el despegue, ni la explicación de cómo ponerse el chaleco, ni el aterrizaje... nada. Es como si esas dos horas no las hubiera vivido.
 
Barcelona nos recibe a las diez y media de la mañana; nos espera un laaaaargo día de jet lag. Indonesia ha sido nuestro primer gran viaje y a mí, personalmente, me ha enriquecido en todos los sentidos. Ahora toca empezar a planear el siguiente destino. ¿Volverá a ser Asia?

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